Fidel Sclavo Uruguay, 1960
Translated from Spanish

I have always aimed for my work to speak of that which grazes silence, but it is full of voices.

Sometimes imperceptible, in others, in a very low volume.

In a similar way to what happens with the beginning of homeopathy, the more subtle the dissolution is, the more intense its effect will be. The slighter the stimulus is, the more powerful the reaction will be.

A whisper tends to be more powerful than a scream. A small noise in the garden ends up scaring more than a grandiloquent thunder.

To focus there, where there appears to be nothing—and after some careful attention—turns out to be a territory filled of things that speak in a low voice.

As soon as they are perceived and appear, they cannot be silenced.

A great part of my work on paper is like letters that have not been read. They have been written in a language that we don’t recognize at a first glance.

A list of what stands still. A detailed index of that which doesn’t exist.

A meticulous catalogue of the impossible.

The group of papers—sometimes paper cutting, whit incisions, marked, or with perforations—ends up generating an alphabet. A grid more or less uniform or disperse, from which we can device an unusual calligraphic system, with cuneiform memories, a sheet of writing which we do not know how to decipher, but we know it is there, latent,  under those signs and that order that forms words, phrases, and full sentences. We can sense their existence beyond their apparent secrecy. A fragile Rosetta stone. A letter that we receive, ethereal, from another place, but we don’t know in which language it has been written.

And it waits there, still.

Apparently monochromatic from the lights and shadows resulting from the cuts and interventions on the paper, they generate countless hues and semitones within each color, which increase the sense of range of each sign not written out.

 

Siempre he intentado que mi obra hablase sobre eso que roza el silencio, pero está lleno de voces.

A veces, imperceptible. En otras ocasiones, a un volumen muy bajo.

De manera similar a lo que sucede con el principio de la homeopatía, cuanto más sutil es la disolución, más intenso su efecto. Cuanto más leve el estímulo, más poderosa la reacción.

El susurro suele ser más poderoso que el grito. Y el pequeño ruido en el jardín termina asustando mucho más que el trueno grandilocuente.

Hacer foco allí, donde parece que no hay nada, y -tras unos minutos de atención- pasa a ser un territorio repleto de cosas que hablan en voz baja.

Y una vez que son percibidas y aparecen, ya no se callan.

Gran parte de mi obra sobre papel son como cartas no leídas. Escritas en un idioma que no reconocemos a simple vista.

Una lista de lo que permanece quieto. Un pormenorizado índice de lo inexistente.

Un minucioso catálogo de lo imposible.

El conjunto de papeles, a veces calados, con incisiones, marcados o con perforaciones termina generando un alfabeto. Una grilla más o menos uniforme o dispersa, de la que puede adivinarse un inusual sistema caligráfico, con reminiscencias cuneiformes, una plancha de escritura. La cual no sabemos decodificar del todo, pero sabemos que está allí, latente, bajo esos signos y ese orden que forman palabras, frases y oraciones completas, de las que llegamos a intuir su existencia, más allá de su aparente hermetismo. Una piedra de Roseta frágil. Una carta que nos llega, etérea, desde algún lado, pero no sabemos el idioma en que ha sido escrita.

Y allí espera, quieta.

En su aparente monocromía, las luces y sombras resultantes de los calados e intervenciones sobre el papel, generan incontables matices y semitonos dentro de cada color, que amplían el rango y sentido de cada signo no escrito.

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